El violín: arquitectura en pequeño formato

El violín es el resultado de la precisa unión de más de un centenar de pequeñas piezas de madera con el objetivo común de producir sonido (equilibrado, potente y de calidad y agrado al oído humano).

En la caja armónica, uno de los primeros elementos que nos atrae la atención son las efes u oídos que en muchos casos definen el detallismo y el buen hacer de su autor. En las grandes piezas de arte son una marca de genuinidad. Al estilo de una huella dactilar, representan y se identifican de manera inseparable con el artista que se encargó de la construcción. Juntamente con la voluta, son el elemento que mayor carga estética aporta al instrumento.

El dibujo de su perímetro no es azaroso. Resulta evidente que el paso del arco por las cuerdas primera y cuarta obligó a los primeros luthiers a recortar la caja por los laterales dando forma a las llamadas “CES”, y conformando así definitivamente su forma característica actual. Otro detalle que determina la personalidad de un violín y al cual le reservamos un apartado del manual es el barniz. Aparentemente podemos debatir el atractivo de su brillo, tonalidad y matices: cosa de gustos. Pero en el plano de la física cabe resaltar el valor que pueden llegar a tener los ingredientes de las resinas, la flexibilidad de estas y el talento en su aplicación por parte del luthier. Este recubrimiento, estético y protector a la vez, aunque no lo pueda parecer guarda también una relación directa con la calidad sonora.

Por otro lado apreciamos también la existencia de unos elementos auxiliares a la materialización del sonido: puente, alma, cuerdas y barra armónica que de manera paralela serán socios y aliados del cuerpo del instrumento. Estos elementos no son necesariamente originales del luthier constructor ya que son los que más desgaste acusan. De tal manera que periódicamente necesitan ser revisados y sustituidos para garantizar un correcto y eficiente funcionamiento: especialmente el puente, las cuerdas y el alma. No tanto así la barra armónica, puesto que, encolada en la parte posterior de la tapa, se requiere la delicada operación de abrir el instrumento para acceder hasta ella.

En último lugar podemos apreciar otros elementos secundarios (cejilla superior e inferior, diapasón, barbada o mentonera, cordal, botón y clavijas) que, con un carácter más ornamental, son configurables y personalizables y no afectan en modo alguno a los aspectos sonoros.

En resumen, cabe entender que la suma de todos los elementos forma parte integral del resultado global de nuestro violín. Y que el desajuste, o la alteración de alguno de ellos, podrá variar los matices de intensidad, del timbre o del tono en su conjunto. Un buen instrumento con un mal montaje generará, a buen seguro, una suma de deficiencias coercitivas en relación a la proyección y la calidad del sonido. Es por ello que se hace necesario un trabajo profesional de personalización adecuado al tipo de violín y al estilo interpretativo del músico, y que a su vez sea revisado periódicamente para detectar anomalías o excesivos deterioros.

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